Una vez más. Última vez.

Y se vió de nuevo, como no lo había hecho en un largo tiempo; recorriendo las calles en busca de una excusa, respuestas para sus dudas. Y se volvió a encontrar con sólo ella y ella sola vagando por los lugares, evocando cada recuerdo de ellos hace varios meses, con ella en cada rincón recordando hasta un solo pie apoyado alguna vez en cada lugar de la ciudad que alguna vez los albergó, que los unió, juntos los dos. Y la herida quizás volvió a abrirse porque un dolor la asaltó como no lo hacía desde algún tiempo: el olvido, y fue un dolor tan poderoso que se sintió débil y en ese momento lo necesitó, lo quiso como nunca y como la primera vez, tal vez fue entonces cuando abrió los ojos.
Necesitó una vez más esos abrazos sin precio, esos besos sin fin, las promesas que a la larga serían rotas pero alguna vez lo fueron todo para ella, los pasajes imaginarios donde alguna vez se volverían a encontrar, necesitó una vez más y con una fuerza desmedida esos minutos de silencio llenos de tanto a la vez, el reloj atrasado para estar juntos más tiempo, y necesitó las llamadas a la mitad de la noche, las llamadas de horas y horas, vacías pero llenas de amor.
Y extrañó su presencia, sus manos entrelazadas con las suyas y como con tanta sutileza olvidaba sus errores, extrañó su brazo y su necesidad mutua de estar juntos a cada segundo, añoró su viejo amor de niños y el hecho de ya no tener nada de eso hacía más y más grandes las ganas de tenerlo nuevamente hasta que se volvió incontenible.
Nuevamente abrió los ojos, se quitó la venda que tenía atada y lo observó todo, ahora con una claridad inmensa, indudable y se dió cuenta al fin de que nunca más se encontrarían en el camino, de que nunca volverían como una vez se lo prometieron ya que todas las promesas habían sido rotas ya, y lo odió, lo odió con fuerza por un momento, con la esperanza rota y se alejó, decidida a desprenderse de una vez, a pesar del dolor.

Te regalo mis llaves, por última vez. Cierra cuando salgas.